Hoy tocaba patearnos Reikiavik y conocer los puntos de interés recorriendo cada rincón perdido, como a nosotros nos gusta.
Así fuimos recorriendo la zona del puerto, el edificio Harpa, centro de conciertos y conferencias, la escultura del barco vikingo en plena bahía…
Dimos un agradable paseo por el parque del lago Tjornin. Este tipo de lugares donde se respira tranquilidad, se agradecen enormemente en el propio centro de una capital. En invierno se congela y los islandeses se divierten patinando sobre él.
La calle Laugavegur tiene un ritmo totalmente diferente a la zona del lago, así que en momentos de más ganas de actividad y hacer algunas compras, es el lugar perfecto.
Ya era la hora de llenar el estómago y buscábamos el famoso perrito caliente del puesto Baejarins. Este puesto callejero está considerado por varias guías como el mejor lugar del mundo donde comer un perrito caliente. Ponte a la cola y ármate de paciencia porque hay momentos en que la espera se hace interminable, por algo será.
Recomendamos pedir el perrito completo y como no es muy grande, para no volver hacer cola, pide 2.
Y para completar el menú, fuimos al mítico café Paris para probar el kleine, un dulce islandés. Donde fueres, haz lo que vieres.
Con la tripa llena, salimos de la ciudad hacia una curiosa parada, el puente ¨Leif the Lucky¨. Un puente que une dos placas tectónicas pertenecientes a dos continentes diferentes, América y Europa.
Y como broche final del día nos esperaba un relajante baño en la Blue Lagoon, un centro termal increíble, pero muy frecuentado por turistas, lo que en algunas ocasiones le resta atractivo, pero había que probar.
Cogimos los tickets por internet para evitar colas. Cuando haces la reserva hay que decir a qué hora quieres entrar porque el precio también varía.
Nosotros elegimos la hora del atardecer que, aunque es más cara, creemos que es la mejor opción. Al entrar te ponen una pulsera y a disfrutar. Sus aguas, ricas en algunos minerales como sílice y azufre, tienen una temperatura media de 38°C. Una vez en el agua calentita te puedes mover por toda su extensión, sorteando a la gente entre la nube de vapor que flota en el aire.
Ya era de noche y la sensación era curiosa. La entrada incluía una mascarilla facial que te ofrecían en unas casetas de la propia piscina.
Con esa temperatura del agua y a esas horas de la tarde, las pulsaciones te bajan hasta el subsuelo, pero para terminar la jornada no está nada mal.
Al salir nos preparamos la cena en la furgo y volvimos a Reikiavik, para rematar al día siguiente el viaje en la capital del país de los volcanes.